Soñadores en esta ocasión os traigo el Segundo capítulo de Traición. Hace un par de días os deje el primero en esta ocasión continuamos con este Segundo capítulo.
Pero antes de pasar a la lectura de este Segundo capítulo. Os desvelo un pequeño detalle de esta novela que igual no conocéis. Resulta que «Traición» es la primera novela que publiqué pero no es la primera novela que escribo. Hoy por hoy esa primera novela aun no a sido publicada.
Es mas aún siquiera a sido revisada y eso que hace alrededor de unos dieciséis años que fue escrita, pues allá por el año 2005 fue finalizada. Si te preguntas ¿La primera novela tiene nombre?¿En algún momento dicha novela será corregida y publicada?…
Pues bien aún no tengo claro si le dejaré el nombre provisional que le puse «El Viaje de mi Vida» o si le pondré otro nombre.
Lo que si tengo completamente claro es que en algún momento de mi vida lo revisaré y se publicará. Pero por el momento no puedo adelantar fechas ni nada más porque no tengo pensamiento de ello por el momento. Desconozco si dentro de unos meses estaré por aquí o por el canal contándoos que estoy trabajando en ello o si por el contrarío pasarán años. Dicho esto os dejo con el Segundo capítulo de Traición y como os comenté en la publicación anterior, me encantaría conocer vuestra opinión en los comentarios.
Segundo Capítulo – Traición
Por: Mary Martín
2.- Una esperanza para continuar.
Después de un mes en mi nuevo hogar, el tiempo empezó a empeorar. Con mi lista de la compra en la mano, medio emborronada por la lluvia, me fui a la tienda y aunque intenté evitarlo, terminé empapada.
Una vez terminé, me dispuse a salir corriendo, con la esperanza de que no me faltase tiempo para cambiarme de ropa e ir a trabajar. Justo en el momento que me disponía a abandonar el local, tropecé con una chica que estaba entrando con tan mala suerte que termine haciéndola caer en un charco y la chica quedó totalmente embarrada de pies a cabeza.
Me disculpé con ella, sentía realmente todo lo que había sucedido. Para mi sorpresa, la chica se lo tomó muy bien. Durante unos minutos estudié su aspecto disimuladamente. La chica debía de medir un metro y cincuenta centímetros aproximadamente. Tenía el pelo corto, de un negro azabache precioso, liso y suave como la seda.
Llevaba unos vaqueros ceñidos con un top de color rojo. La chica me pareció muy misteriosa y con lo delgada que estaba perfectamente podría ser una modelo.
—Me llamo Drella, ¿y tú? —Dijo tendiéndome la mano.
—Abril, soy Abril —respondí ofreciéndole una amplia sonrisa a la vez que le tendía mi mano.
—Un placer conocerte, ¿sabes dónde me podría asear un poco y cambiarme esta ropa? Es que no soy de por aquí. —Al terminar ella esbozo una gran sonrisa.
El sentimiento de culpabilidad me inundaba, por mi error la pobre Drella estaba empapada y podía pillar un catarro. No lo pensé ni un segundo y la invité a casa. Aún hoy en día sigo sin comprender por qué me fie tanto de ella si no la conocía de nada. Parecían muy buena persona, su comportamiento era francamente agradable, tenía un algo que me impedía desconfiar. Físicamente me recordaba a Susana mi mejor amiga del orfanato.
Fuimos en su coche hasta la posada, donde mientras ella se aseaba, yo me cambiaba para ir al trabajo. Le ofrecí quedarse en lo que yo volvía de trabajar, pero en vez de eso me acercó en su coche para que no llegara tarde. En una mesa apartada y casi en penumbra Drella pasó toda la tarde, esa chica misteriosa sacó un libro de su bolso y pidió un café. Esa actitud empezó a impacientarme y aunque mi intuición me advirtió sobre ella, decidí no hacerle caso.
El aroma a lavanda y hierbabuena me hizo bajar de mi nube y centrarme en cocinar. Por suerte nadie se había dado cuenta de que andaba perdida en mis pensamientos. Una vez que la clientela se redujo, regresé a mi habitual puesto de trabajo: servir mesas y limpiar. No es que me resultara el mejor trabajo del mundo, pero me permitía pagar las facturas.
Mientras limpiaba una mesa, observé detenidamente a Drella. Me parecía callada y tenía más o menos mi edad. Sin levantar la vista de su libro, tomaba su café con tostadas. Desde mi posición, no pude observar el título de ese libro. Ella, parecía inmersa en su lectura.
Tres horas más tarde, Drella se levantó de la mesa, pagó su consumición y se marchó sin ni siquiera decir adiós. Una vez que terminé mi jornada, me marché a pasear un rato por los alrededores.
A las afueras del pueblo todo era hermoso: los campos verdes invitaban a tumbarse sobre ellos y observar el atardecer, el aroma de las flores provocaba una gran sensación de relax y confort. A pesar de que la lluvia no cesaba, tumbada en esos verdes prados me sentía muy a gusto y relajada.
Al caer la noche, sentía como si las extremidades de mi cuerpo se hubieran adormecido. Con rumbo fijo hacia la posada, caminé con la sensación de relax y desasosiego de hacía unos momentos.
En medio de la oscuridad, vislumbré una confusa silueta. Al acercarme vi que era Drella, así que me aproximé un poco más hasta ella, consiguiendo que me echara una mirada fulminante. Por un momento decidí pasar de largo, pero el cargo de conciencia no me permitía marcharme sin más, así que regresé sobre mis pasos.
— ¿Por qué te portas así conmigo cuando no he hecho más que intentar ayudarte? Cuando te tiré al charco sin querer pareció que no te molestó.
—Perdona, no he tenido un buen día. No es tu culpa, tienes razón. Lo que pasa es que en la posada no me dan sitio y me va a tocar pasar la noche en el coche.
—Bueno… —Mi conciencia siempre había podido conmigo. —Si quieres puedes quedarte en mi habitación. No es muy grande, pero al menos estarás más cómoda que en el asiento de tu auto.
—Si no es mucha molestia… me encantaría.
Caminando decididamente en nuestra dirección, se acercaba la dueña de la posada con la mirada encolerizada y fija sobre Drella. Se paró ante nosotras y, sin vacilar ni un solo instante, empezó a hablar.
—Te he dicho hace un momento y te repito: para ti no hay habitación en este establecimiento. —Comentó la propietaria de la posada proporcionándonos una acogida gélida.
—Tranquila, es mi amiga y pasará la noche en mi habitación. —comenté en tono conciliador con la esperanza de conseguir destensar un poco el ambiente.
—He dicho que esta muchacha no duerme aquí. —reiteró tajantemente.
—Pues lo siento mucho, pero pasará la noche en mi habitación, tengo todo el mes pagado y no me puedes prohibir que tenga visita. Y una de dos, o me echas a mí también, claro, con mi dinero de vuelta y mi correspondiente indemnización, o subimos a dormir.
—De acuerdo, si es tu decisión, pasado el tiempo que tienes pagado, os quiero a las dos fuera de mi establecimiento.—Dicho esto se marcho.
Sin más preámbulos y con paso decidido, subimos las escaleras hacia mi habitación me sentía tan enfadada que, si hubiese podido, habría destrozado toda la posada y no habrían quedado de ella ni los cimientos. Al darme la vuelta vi que Drella estaba un poco apenada, pero me sentía tan ofuscada en ese momento que no quería hablar con nadie. Durante un buen rato me mantuve en silencio y se respiraba un ambiente un poco tenso.
—Gracias, no me conoces de nada, pero aún así me ayudas.
—Despreocúpate, me pareces buena persona y no creo que sea justo que pases la noche en la calle porque una vieja loca no quiere que duermas en uno de sus cuartos que encima están llenos de mierda.
Con el coraje aún en el cuerpo, junté todas las cosas que me había prestado la dueña de la posada y bajé las escaleras a toda prisa. Al comienzo de la escalinata, la encontré limpiando los muebles que estaban aquí y allá a lo largo del pasillo. Al verla le dirigí una mirada cargada de ira y rabia, ella apartó los ojos. Continué bajando las escaleras y dejé todo lo que me había prestado sobre uno de los escalones. Sin mediar una sola palabra regresé a mi habitación.
Soñadores espero que os halla gustado este segundo capítulo. Pasado mañana tendréis el tercer capítulo y último que publicaré en la web. Espero que os halla gustado esté capítulo y volver a veros pasado mañana conociendo vuestras opiniones en los comentarios.
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